Etzaida Rios, de 35 años, ha sido testigo de primera mano de cómo la asistencia humanitaria ha impactado sobre su ciudad natal, Meteti, región de Darién en Panamá, y de cómo esa asistencia ha cambiado la vida de las personas. Trabaja como Oficial Comunitaria de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en un Centro Temporal de Recepción de Migrantes (ETRM) en San Vicente, uno de los primeros puntos de arribo para personas migrantes que logran salir de la selva del Tapón del Darién, la cual se extiende a lo largo de la frontera entre Colombia y Panamá.
Cuando hablo con las mujeres de temas sexuales, violencia de género o protección de menores, ellas están más abiertas a hablar conmigo que con mis colegas varones.
Se asegura de que los migrantes reciban asistencia humanitaria, información y cuidados psicológicos tras haber hecho el peligroso viaje, puesto que con frecuencia están exhaustos, mal alimentados, deshidratados o heridos cuando llegan al centro. A pesar de todas estas problemáticas, Etzaida se esfuerza para que los migrantes puedan recuperar la esperanza, conectar e interactuar.
“Las personas llegan con necesidades apremiantes y muchos interrogantes”, dice Etzaida después de haber atendido a Zuleybis, quien se fracturó la pierna al cruzar el Darién con su esposo José y sus cuatro hijos. Esta familia venezolana recibió tratamiento en el Centro antes de proseguir con su travesía hacia el norte.
Algo más que información, también consuelo
“Estas personas quieren hablarme de sus preocupaciones, de sus problemas y del viaje que han hecho por la selva. Yo les brindo información e intento darles consuelo”.
Etzaida ha trabajado con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) durante los últimos cuatro años. Anteriormente, prestó servicios en organizaciones locales no gubernamentales que brindan cuidados comunitarios en terreno.
“Siento que cuando hablo con las mujeres migrantes de temas sexuales, de la violencia basada en género o de la protección de menores, ellas están más abiertas a hablar conmigo de todo eso y no con mis colegas varones. Es fácil para ellas acudir a mí”, explica Etzaida cerca de una larga fila de personas migrantes.
Sin embargo, cuando escucha las historias de las personas en movimiento, a veces siente que la emoción la abruma.
“Lo que más cuesta es ser testigo del sufrimiento de estas personas y de sus historias tan duras. Si bien vemos cosas horribles en televisión o las leemos en los portales de noticias, es incluso mucho más difícil y más frustrante cuando uno las ve con sus propios ojos a medida que van apareciendo”.
Una cifra récord de migrantes
La ausencia de caminos, la presencia de víboras ponzoñosas, de montañas escarpadas, de ríos agitados y de grupos de traficantes u otros grupos criminales no evitaron que la familia de Zuleybis arriesgara sus vidas, como miles de otras personas desesperadas de Venezuela, Haití, Ecuador y países de África y Asia, que hacen lo mismo año tras año a la búsqueda de un futuro mejor en los Estados Unidos, Canadá y México.
De acuerdo con las autoridades panameñas, más de 350.000 personas atravesaron la inhóspita selva tropical en su ruta hacia el norte en los primeros nueve meses de 2023, sobrepasando el total de 250.000 registrado en el Tapón del Darién en la totalidad del 2022. Muchas de estas personas son mujeres y menores, así como también familias con adultos mayores o personas con discapacidades, que son mucho más vulnerables a la violencia y el abuso, y requieren de una mayor protección. Más de una de cada cinco personas que llegaron fueron menores, la mitad de ellos de menos de cinco años.
De acuerdo con el Proyecto Migrantes Desaparecidos, desde 2014 más de 327 personas han desaparecido o fallecido intentando el cruce. Sin embargo, la mayor parte de las muertes y desapariciones siguen sin ser informadas por la falta de estadísticas oficiales y por la inaccesibilidad de la región. Muchas de las personas que han logrado salir de la selva tropical han contado que pudieron ver cuerpos en descomposición a lo largo de la ruta.
Llegar a un espacio seguro
Los nombres “San Vicente” o “Lajas Blancas” puede que no se incluyan en la lista al momento de mencionarse los destinos famosos de Panamá. Pero para las más de 2000 personas que cruzan el Darién por día, en uno promedio, llegar a estos lugares significa acceder finalmente a una situación de seguridad. Los centros de recepción aquí pueden abordar sus necesidades básicas.
Bajo el sol abrasador, Etzaida y el equipo de la agencia de la ONU deben soportar las largas horas de trabajo cotidiano, pero nunca olvidan que sus esfuerzos pueden salvar las vidas de muchas personas.
“Un destello de esperanza brilla a través de sus caras agotadas mientras les brindamos ayuda. Verlos aliviados es mi mayor recompensa”, dice Enrique Vargas, funcionario de la Organización Internacional para las Migraciones, mientras le presta asistencia a Javier, un migrante venezolano que cruzó el Darién en muletas con la ayuda de amigos. Después de haberse sometido a una cirugía en Chile, Javier viajó por dos meses antes de llegar a Panamá.
“La selva tropical es verdaderamente brutal; es un lugar realmente duro”, recuerda Javier, con su cabeza inclinada y sollozando. “La parte más complicada para mí fue la de tener que subir las montañas y cruzar los ríos”.
Incluso cuando el dolor es insoportable
En dos centros de recepción en el Darién, la OIM entrega a los migrantes kits de higiene, frazadas, apoyo psicosocial y protección. También apoya con el mejoramiento de la infraestructura de las estaciones, brinda asistencia técnica para el fortalecimiento de capacidades para la coordinación y gestión de alojamientos temporales, y desarrolla campañas de comunicación acerca de los riesgos vinculados a la migración irregular.
Etzaida se conmueve a diario por las historias que escucha. “Nunca olvidaré a un hombre haitiano que había perdido a su esposa en la selva. No paraba de llorar; todos sufrimos mientras lo escuchábamos”, cuenta Etzaida. “Pero a pesar de todas estas situaciones seguimos enfocados en nuestro objetivo de ayudar y brindar apoyo, incluso cuando el dolor parecería volverse insoportable”.
Esta historia fue escrita por Gema Cortes, Unidad de Prensa de la OIM, Oficina del Enviado Especial para la Respuesta Regional de la Situación en Venezuela.