Pascual González tenía diez años cuando, acosado por la violencia que asolaba las tierras del Pacífico colombiano en los años ochenta, emprendió la fuga con los suyos y un grupo de familias afrocolombianas. Las aguas del río San Juan se convirtieron en su camino de éxodo, remontando corrientes hacia un destino incierto. En los recovecos del río encontraron un territorio que se convirtió en Copomá, uno de los 63 centros poblados del Litoral de San Juan, que hoy alberga a 272 habitantes entre las sombras de la selva y el vaivén constante de las aguas.
Este rincón de esperanza es también un bastión de resistencia silenciosa. Sus habitantes enfrentan las embestidas del conflicto armado y desafían el histórico olvido estatal que los ha alejado de sus derechos fundamentales, como la educación, el empleo digno y la salud. Luchan contra el hambre, la enfermedad y la escasez de oportunidades, que marcan los días con la dureza de la incertidumbre.
Según la secretaria de Desarrollo y Bienestar de Litoral de San Juan, Mabel López, el municipio tiene una serie de necesidades urgentes por solucionar. “Aunque han mejorado las condiciones de desnutrición, este flagelo sigue afectando a las comunidades indígenas y afro, especialmente a los niños y niñas. En materia de educación, se presenta desmotivación y alto consumo de sustancias psicoactivas por parte de los adolescentes y jóvenes, resultado de lo vivido a través del conflicto armado. En cuanto a seguridad alimentaria, se necesita fortalecer a las comunidades, no sólo con la entrega de insumos para el cultivo, sino también con un proceso educativo que permita la articulación entre lo práctico y lo teórico”.
Frente a la atención en salud, López recomienda que la población pueda recibir orientación para prevenir enfermedades y acceder a una atención de calidad. Para ello se requiere información y el fortalecimiento de los promotores de salud del territorio que sirvan de puente entre las comunidades y las entidades prestadoras de salud, que también deben ser reforzadas para brindar atención oportuna y de calidad a la población.
Medicina occidental y tradicional
Jacqueline Hurtado es una mujer indígena Wounaan del resguardo Unión Wuaimia, que destaca por ser la única estudiante de enfermería en su comunidad. “Quise aprender para auxiliar a las personas de la comunidad, para ayudar a los niños. Ya he ayudado a los enfermos, canalizándolos y administrándoles las inyecciones que los médicos recetan. En ocasiones, cuando no podemos curarlos, colaboramos con los médicos tradicionales y los jaibanas [curanderos locales]”, afirma Jacqueline.
Sin embargo, a veces la curación no se logra con ninguno de los dos saberes. Cenobita Chamaná es artesana y desde hace seis meses presenta una hinchazón en su mano. Hasta el momento no ha acudido al hospital por falta de recursos. “A pesar del dolor, cuando me siento triste me reúno con varias mujeres a tejer”, apunta.
No obstante este panorama, desde las entrañas de Copomá, Pascual González, erigido en la autoridad de su pueblo, proclama: “Aquí estamos los resistentes”. No desea compartir el mismo destino que los 200 pobladores de Bajo Calima que huyeron del territorio hace 19 meses y que, desde entonces, subsisten en el Coliseo El Cristal de Buenaventura, durmiendo en las graderías y en los baños, enfrentando condiciones extremadamente difíciles.
Contra viento y marea, la gente de Copomá persiste en su lucha diaria, aferrándose a la tierra que los vio nacer, con la esperanza de que algún día cambie esta historia que se teje entre las sombras del Pacífico colombiano.
Plan de salud adecuado
La ilusión ha empezado a renacer gracias a que el Fondo Central de Respuesta a Emergencias de Naciones Unidas (CERF), uno de los mecanismos más rápidos y efectivos para realizar acciones humanitarias urgentes puso su mirada en Litoral de San Juan y Bajo Calima para desarrollar una acción integral con ocho agencias, fondos y programas de Naciones Unidas.
Se trata de un trabajo articulado de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), la Organización Panamericana de la Salud/Organización Mundial de la Salud (OPS/OMS), ONU Mujeres, el Programa Mundial de Alimentos (PMA), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) y el Servicio de Acción contra Minas de las Naciones Unidas (UNMAS).
“Al llegar a Litoral de San Juan y Bajo Calima, la Organización Panamericana de la Salud realizó unas visitas exploratorias a cada una de las doce comunidades afro y resguardos indígenas priorizados. Posteriormente se llevaron a cabo evaluaciones rápidas de necesidades y diagnósticos participativos rurales, lo que nos permitió construir un plan de salud coherente y acorde a la realidad del territorio“, explica Francisco Jaramillo, consultor de la OPS para Valle del Cauca.
Situación de salud compleja
La situación de salud encontrada con las comunidades es compleja y desafiante. En los ejercicios de cartografía social y árbol de problemas se pudo identificar que, en general, la población se ve expuesta a riesgos derivados de enfermedades transmitidas por vectores, con especial incidencia de malaria y dengue, así como a problemas de salud derivados del deterioro ambiental del río causado por la minería ilegal y la acumulación de desechos, generando trastornos digestivos y cutáneos.
La desnutrición, agravada por la presencia de actores armados ilegales que impide las prácticas tradicionales de cultivo, se suma a los problemas entre los que también resaltan padecimientos de salud mental asociados principalmente al suicidio, consumo de sustancias psicoactivas y violencia de género.
Crecidas del río
Cada poblado, sin embargo, tiene sus propias angustias. En Copomá, por ejemplo, el pueblo se compone de una hilera de viviendas que se extiende paralela al río, conectadas por un puente de madera que, según Ana Luz Bermúdez, docente de primera infancia, ha sufrido deterioro debido al paso del tiempo y a las crecidas del río, representando así un riesgo para los habitantes. “Eso no es todo. Cuando el río crece, también lo hacen las aguas en las casas, aumentando el peligro por la presencia de serpientes“, detalla.
Cuando alguien sufre un accidente, para que reciba primeros auxilios hay que ir hasta Palestina, un corregimiento ubicado a hora y media en lancha rápida, lo que ha hecho que muchas personas pierdan la vida durante el trayecto. A falta de un centro de salud en la comunidad los habitantes de la localidad han recurrido a sus prácticas ancestrales, pero preocupa que los conocimientos de la medicina tradicional no se estén transmitiendo a las nuevas generaciones. Con la eventual pérdida de los ancianos, estos saberes podrían perderse, dejando a la población aún más desprotegida.
“Mientras se iban discutiendo las particularidades que afectan la salud de cada territorio, una parte del equipo de la OPS estaba tomando nota para desarrollar fichas técnicas de cada una de las comunidades, que incluye información sobre enfermedades, tratamientos y cuál es la respuesta potencial que necesita”, precisa Jaramillo.
El consultor de la OPS agrega que a través de este diagnóstico con la comunidad se construyó un plan de salud que permite definir acciones orientadas a mitigar las brechas en el acceso a salud de estos grupos poblacionales y definir servicios ofertados en las brigadas sanitarias, como escuelas de liderazgo en salud; vigilancia de base comunitaria; agua, saneamiento e higiene; “y las características del puesto de salud intercultural desde un diálogo de saberes”.
Aportes de la comunidad
La secretaria Mabel López coincide en que ningún proyecto debe partir del desconocimiento de los aportes de la comunidad. “Son ellos los que viven diariamente esas situaciones en salud, quienes saben cuáles son esas necesidades latentes que tiene el territorio, y es con la ayuda de cada una de las personas que se puede resolver y mejorar la situación de la sociedad litoralense”, asegura.
La intervención de la OPS/OMS se considera una gran oportunidad para repensar la respuesta humanitaria en salud desde el involucramiento activo de las comunidades, como ocurre en el Litoral de San Juan y Bajo Calima. “Es una esperanza para nuestras comunidades. Con salud podemos construir un futuro mejor aquí, donde tenemos aire puro, donde queremos tener una vida feliz”, asegura Pascual.